¿Quién dijo que las
obras no valen para nuestra salvación?
Somos llamados a reflejar la gloria de Dios, el
pueblo cristiano es llamado a reflejar la hermosura, gloria y amor en nuestros
corazones.
¿Sabes que tú que eres el reflejo de la Gloria
de Dios? Eso es lo que significa: ser creados a su imagen y semejanza. Él se
muestra a otras personas a través de ti. El mundo podrá sentir amor, bondad,
paciencia y experimentar el carácter de Dios a través de ti.
Es por eso que nuestro testimonio debe ser
sincero porque al hombre quizá se engañe pero a Dios nadie lo puede engañar.
Todo cristiano debe ser ejemplo para la sociedad en la que se relaciona.
Veamos
que dice Jesús al respecto en el evangelio de San Mateo (Cap. 7, Vers. 18 al 21): “Un árbol bueno
no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo puede producir frutos
buenos.
Todo árbol que no da
buenos frutos se corta y se echa al fuego.
Por lo tanto, ustedes los reconocerán por sus obras. No bastará con decirme: ¡Señor!,
¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la
voluntad de mi Padre del Cielo.”
Pero hay quienes sostienen que las obras no salvan a nadie aun
cuando han leído la cita anterior, y yo les pregunto ¿Acaso nuestras obras no son las que construyen
nuestro testimonio? Jesús mismo les preguntó a sus discípulos acerca de su
propio testimonio ¿Quién dice la gente que yo soy? Esta pregunta se basa en el
testimonio que daba Cristo ante la gente, la respuesta a esta pregunta surgía
de lo que se captaba de Jesús.
Veámoslo en el
evangelio de San Mateo (Cap.
16, Vers. 13 al 18): “Jesús se fue a la región de
Cesárea de Filipo. Estando allí, preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy
yo? ¿Quién es el Hijo del Hombre?»
Respondieron: «Unos
dicen que eres Juan el Bautista; otros que eres Elías, o bien Jeremías o alguno
de los profetas.»
Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro
contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.»
Jesús le replicó: «Feliz eres,
Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú
eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer.”
Pedro respondió acertadamente (como lo hubiera hecho cualquiera de
los otros discípulos) porque había visto los milagros que brotaban del señor
Jesús y, eso, sólo podía hacerlo un supraungido como el mesías.
Las obras de Jesús no sólo abrían las esperanzas a los enfermos y
endemoniados para curarse, también daban a entender que Dios le había dado un
poder sobrehumano capaz de hacer cosas que ni la ciencia puede explicar. Este
era su testimonio, estas eran sus obras, las cuales nosotros estamos llamados a
imitar.
Como
lo recomienda San Pablo en la carta a los Efesios (Cap. 5, Vers. 2 al
5): “Sigan el camino del amor, a
ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como esas
ofrendas y víctimas cuyo olor agradable subía a Dios.
Y ya que son santos, no se hable de inmoralidad sexual, de codicia o de cualquier cosa fea;
ni siquiera se las nombre entre ustedes. Lo mismo se diga de las palabras vergonzosas, de los disparates y
tonterías. Nada de todo eso les conviene, sino más bien dar gracias a Dios.
Sépanlo bien: ni el corrompido, ni el impuro,
ni el que se apega al dinero, que es servir a un dios falso, tendrán parte en
el reino de Cristo y de Dios.”
Cuando
decidimos introducirnos al cristianismo debemos ser aún más cuidadosos porque
nuestras faltas serán más notorias que antes y habrá muchos ojos encima de
nosotros para señalarnos como farsantes. Y es que Cristo mismo nos dice que
debemos ser luz en medio de las tinieblas.
Leamos
el evangelio de San Mateo (Cap.
5, Vers. 14 al 16): “Ustedes son la
luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?
Nadie enciende una lámpara para taparla con un
cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en
la casa.
Hagan,
pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por
ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.”
Seremos Juzgados
por medio de nuestras obras
La biblia cita en varias ocasiones que toda
obra en la tierra será juzgada en el día del juicio final. Pero ¿Qué son
nuestras obras? Éstas no son otra cosa que el testimonio de vida de cada
persona, por tanto seremos juzgados de manera individual por nuestras propias
acciones: El malo será condenado y el justo será regocijado de gloria.
Así puede verse en el libro del profeta Isaías (Cap. 3, Vers. 10): “Digan:
«Feliz el justo, pues comerá el fruto de
sus obras»; pero: «Pobre del malo,
porque le irá mal, y será tratado según las obras de sus manos.»”
Y en el libro del profeta Ezequiel (Cap.18, Vers. 30)
encontramos: “Juzgaré a cada uno de
ustedes de acuerdo a su comportamiento, gente de Israel, dice Yavé. Corríjanse y renuncien a todas sus
infidelidades, a no ser que quieran pagar el precio de sus injusticias.”
Pero si ya no vivimos bajo el antiguo pacto y
las obras se relacionan con la ley, ¿Cómo es que nuestra salvación depende de
nuestras acciones si el nuevo pacto dice que somos salvos por la gracia
recibida de nuestro señor Jesús? La respuesta nos indica que aquí no hay
ninguna contradicción, en cambio hay una estrecha relación entre obras (testimonio
de vida) y la gracia (Fe en Jesús). El
que cree en la promesa de Cristo vive como si fuera una réplica suya, por
tanto, sus obras necesariamente han de ser buenas.
Esto
lo demostramos con la carta de San Pablo a los Gálatas (Cap.
2, Vers. 20 y 21): “y ahora no vivo
yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios,
que me amó y se entregó por mí.
Esta es
para mí la manera de no despreciar el don de Dios; pues si la verdadera rectitud es fruto de la Ley, quiere decir que
Cristo murió inútilmente.”
Somos
juzgados por obras, pero salvos por la gracia. Guardemos los 10 mandamientos, y
no confundamos el juicio con la salvación. Existe una protección especial para
lo que obedecemos a Dios, por amor a su hijo Jesús.
Satanás
sabe que el alma más débil que es morada por Cristo es más poderosa que los
ejércitos de las tinieblas. Sólo podemos
estar seguros cuando confiamos humildemente en Dios y obedecemos todos sus mandamientos.
El
propio Jesús lo dice en el evangelio de San Mateo (Cap. 12, Vers. 35 al 37): “El
hombre bueno saca cosas buenas del bien que guarda dentro, y el que es
malo, de su mal acumulado saca cosas malas.
Yo les digo que, en el día del juicio, los hombres tendrán que dar cuenta hasta de lo
dicho que no podían justificar. Tus propias palabras te justificarán, y son
tus palabras también las que te harán condenar.»”
Y si aún no se ha entendido podemos leer el
libro de Apocalipsis (Cap.
20, Vers. 12): “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el
trono, mientras eran abiertos unos libros. Luego fue abierto otro, el libro de la vida. Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que está
escrito en esos libros, es decir, cada
uno según sus obras.”
También
en la carta a los Romanos (Cap.
2, Vers. 5 al 8), San Pablo sostiene: “Si tu corazón se endurece y te
niegas a cambiar, te estás preparando para ti mismo un gran castigo para el día
del juicio, cuando Dios se presente como
justo Juez. El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Dará vida eterna a quien haya
seguido el camino de la gloria, del honor y la inmortalidad, siendo constante en hacer el bien; y en
cambio habrá sentencia de reprobación para quienes no han seguido la verdad,
sino más bien la injusticia.”
Digamos pues, que la Fe está compuesta de dos partes: La
teórica, que se basa en creer en la promesa de nuestro señor Jesús; y la
práctica, que se fundamenta en actuar conforme a lo que creemos.
Veamos en la 1ª carta
a los Corintios (Cap. 15, Vers. 58): Así, pues, hermanos míos muy amados,
manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense
a la obra del Señor en todo momento, conscientes de que con él no será estéril
su trabajo.
En el libro del profeta
Ezequiel (Cap.18, Vers. 24) también encontramos: “En cambio, si el justo se aparta de su justicia y se
dedica a hacer el mal, si comete las mismas fechorías que cometía el malo, serán dadas al olvido todas las obras de
justicia que practicó. Morirá a causa de la infidelidad de la que se hizo
culpable y del pecado que cometió.”
Ya
hemos dicho que la persona obra bien porque le Fe le impulsa a ello, no porque
la ley los obligue. Veamos la carta a los Romanos
(Cap.
3, Vers. 27): “Y ahora, ¿dónde
están nuestros méritos? Fueron echados fuera. ¿Quién los echó? ¿La Ley que pedía
obras? No, otra ley, que es la fe. Nosotros decimos esto: la persona es
reformada y hecha justa por la fe, y no por el cumplimiento de la Ley.”