Cuando algo en mi iglesia anda mal, mi deber es
reportarlo y/o denunciarlo para que se corrija; si el problema sigue ocurriendo
a pesar de todo, dejo que sea el Espíritu Santo que obre en tal sentido, pero
no hay razón para salir a inventarme una denominación “cristiana” o irme a
congregar en otra inventada por un hombre igual que yo.
Bien
lo dice San Pablo en su Carta a los
Gálatas (Cap. 1, vers. 9 y 10): “Se lo dijimos antes y de nuevo se lo repito: si alguno viene
con un evangelio que no es el que ustedes recibieron, ¡fuera con él! ¡Anatema!
¿Con quién tratamos de
conciliarnos?, ¿con los hombres o con Dios? ¿Acaso tenemos que agradar a los
hombres? Si tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.”
Entonces pienso, si la salvación es individual
¿Por qué voy a derrumbarme con los errores cometidos por mis otros hermanos en
la Fe? Ver la Carta a los Romanos (Cap. 14, Vers. 12 y 13): “Quede
bien claro que cada uno de nosotros dará
cuenta a Dios de sí mismo.
Dejemos, pues, de juzgarnos los unos a los otros.
Examinémonos, más bien, no sea que pongamos delante de nuestro hermano algo que
lo haga tropezar.”
Que otros caminen incorrecto dentro de mi
iglesia no significa que yo reciba el mismo castigo que ellos, tampoco seré
recompensado en el cielo por las buenas obras de mis hermanos.
En Apocalipsis
(Cap.20,
Vers. 12) se dice al respecto: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de
pie ante el trono, mientras eran abiertos unos libros. Luego fue abierto otro,
el libro de la vida. Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que
está escrito en esos libros, es decir, cada
uno según sus obras.”
Hay denominaciones “Cristianas” que se
preocupan más por enfrentar a la iglesia católica que por exaltar la recompensa
que Dios ha preparado para los que, siendo justos en la tierra, alcanzan la
salvación.
Estas denominaciones o sectas son las
principales responsables de sembrar la duda
en el mundo entero y hoy día se han convertido en la principal causa de
desprestigio del cristianismo por intentar destruir a la iglesia Católica
utilizando versículos que se prestan más a la confusión que a la salvación misma
del que le escucha.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles (Cap.26, Vers. 18) Jesús expresa lo
siguiente: “Tú les abrirás los ojos para que se conviertan de las
tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios: creyendo en mí se les perdonarán los pecados y compartirán la herencia
de los santos.”
Es de tontos pensar que lo que Jesús pide es un
cambio de religión cuando lo que se nos pide es que nos convirtamos a él, que el cambio sea en nuestro interior y que
se note por fuera. Al iniciar en la iglesia católica y terminar en una
secta “Cristiana” sólo demuestras una cosa: Simplemente, ya dudaste, tu Fe ha
tambaleado.
En su carta
a los Gálatas (Cap.
3, Vers. 3), San Pablo lo confirma: “¡Qué
tontos son! ¡Empezar con el espíritu para terminar con la carne!”
¿Qué
es la Fe?
Según la Carta a los hebreos (Cap. 11, Vers. 1):
“La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se
pueden ver.”
Nuestra Fe es porque confiamos en las palabras
de una persona con mucha credibilidad. Esta persona es Jesucristo el que nos
habla de la promesa que ha hecho el padre, Dios, para los que, por su gracia,
alcanzan agradar al creador. Cuando alguien tiene Fe es porque está convencido
de aquello en lo que cree.
Además de las maravillas que han sucedido en mi
vida, he visto personas que, por Fe, han recibido sanaciones, liberaciones y
manifestaciones sorprendentes que parecen mágicas. Y es que, como dice el
evangelio de San Lucas (Cap.
1, Vers. 37): “Para Dios, nada es imposible.”
La Carta a Santiago (Cap. 5, Vers. 15) sostiene
que: La oración hecha con fe salvará al
que no puede levantarse; el Señor hará que se levante; y si ha cometido
pecados, se le perdonarán.
También el
evangelio de San Juan (Cap.
15, Vers. 7) donde Jesús dice cuál es la clave para que sucedan esas
cosas que parecen imposibles: “Mientras ustedes permanezcan en mí y mis
palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.”
El problema es que pocos permanecemos en Cristo
y esto dificulta que la Fe sea real. Existen personas que no creen en la
creación del mundo porque, según ellos, no hay lógica que demuestre esta
afirmación de la Biblia, pero esas mismas personas creen en teorías que sus propias
carencias de sentido no las han dejado llegar a convertirse en ciencias. Por
ejemplo:
La teoría de la evolución (por no admitir que
Dios creó al hombre) sostiene que el hombre evolucionó del mono. Aunque
decidamos dar la razón a esta teoría, podemos realizar un rastreo haciendo una
cadena de preguntas, entre ellas, ¿Y de dónde evolucionó el mono? Habrá un
momento en el que van a tener que reconocer que hay un creador porque, por más
larga que sea la cadena de la evolución, debe existir un origen de todo lo que
existe.
La propia existencia de Dios se ha querido
negar con la teoría del Big Bang. Pero si en realidad el mundo se creó por una
explosión que tuvo su origen en una chispa, hay que preguntar ¿De dónde salió
esa chispa? ¿Cuáles elementos son necesarios para el surgir de esa chispa? ¿Y
cuál es el origen de los elementos de la chispa? Es imposible negar que todo
tiene un origen: Dios.
La
duda no hace nada más que asustarnos y desanimarnos, la Fe es todo lo
contrario, como puede verse en el evangelio de San Mateo (Cap. 5, Vers. 23 al 26):
“Jesús subió a la barca y sus
discípulos le siguieron. Se levantó una tormenta muy violenta en el lago, con
olas que cubrían la barca, pero él dormía.
Los discípulos se acercaron y lo
despertaron diciendo: « ¡Señor, sálvanos, que estamos perdidos!» Pero él les dijo:
« ¡Qué miedosos son ustedes! ¡Qué poca
fe tienen!» Entonces se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo
volvió a la más completa calma.”
La
posibilidad de que Dios haga la obra depende de la seguridad del que ora y pide
un favor a Dios. Si pides y dudas que ocurra lo que pides, es como si te
bañaras y, saliendo del baño, te revuelcas en el lodo.
La
Fe sólo se manifiesta en los que sacrifican los deseos de la carne para
fortalecer el espíritu y así poder agradar a Dios. Esto se confirma en la carta
a los Hebreos (Cap. 11, Vers. 6): “pero sin la fe es imposible agradarle, pues nadie se acerca a Dios si antes no
cree que existe y que recompensa a los que lo buscan.”
Veamos
la 2° Carta de Pedro (Cap.1,
Vers. 4 al 8): “Por ellas nos ha concedido lo más grande y precioso que se
pueda ofrecer: ustedes llegan a ser partícipes de la naturaleza divina,
escapando de la corrupción que en este mundo va a la par con el deseo.
Por eso, pongan el
máximo empeño en incrementar su fe
con la firmeza, la firmeza con el conocimiento, el conocimiento con el dominio
de los instintos, el dominio de los instintos con la constancia, la constancia
con la piedad, la piedad con el amor fraterno y el amor fraterno con la
caridad.
Pues si tienen todas
estas virtudes en forma eminente, no serán inútiles ni estériles, sino que más
bien alcanzarán el conocimiento de
Cristo Jesús, nuestro Señor.”
El
hombre que busca la sabiduría en demasía, pretende negar a Dios porque en su
afán filosófico de querer entenderlo todo, desconoce que lo más importante para
su bienestar terrenal y celestial es la Fe.
La
carta a los Romanos (Cap.
1, Vers. 20 al 22) nos dice al respecto: “Lo que es y que no podemos ver ha pasado a
ser visible gracias a la creación del universo, y por sus obras captamos algo
de su eternidad, de su poder y de su divinidad. De modo que no tienen disculpa.
A pesar de que conocían
a Dios, no le rindieron honores ni le dieron gracias como corresponde. Al
contrario, se perdieron en sus
razonamientos y su conciencia cegada se convirtió en tinieblas. Creyéndose sabios, se volvieron necios.”
Cuando un ser inteligente diseña algo para llevar a cabo algún
propósito, esa cosa lleva la marca de la inteligencia – ese algo es
inteligible. Otro ser inteligente puede examinarlo, ver cuál es el propósito
que lleva a cabo, cómo funciona, etc. Si nunca encontramos al hacedor (el
fabricante), sabemos que éste debe existir (aunque no le veamos), y apreciamos
sus grados de inteligencia.
Veamos el libro de los Salmos (Cap. 19, Vers. 1): “Los cielos cuentan la gloria del Señor, proclama el firmamento la obra de sus
manos.”
Jesús deja ver claro que los que buscan demostraciones de Fe no la
conseguirán, pues Dios sólo se revela a los mansos y humildes de corazón. Véase
el evangelio de San Lucas (Cap.
10, Vers. 21):
“En ese momento Jesús se llenó del gozo
del Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has ocultado estas cosas
a los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los pequeñitos. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu voluntad.”
Los fariseos se creían los más sabios, que nadie podía saber más
que ellos sobre las sagradas escrituras, incluso llegaron probar a Jesús en
varias ocasiones. Como está escrito en
el evangelio de San Marcos (Cap.
8, Vers. 11 al 13):
“Vinieron los fariseos
y empezaron a discutir con Jesús. Querían ponerlo en apuros, y esperaban de él
una señal que viniera del Cielo.
Jesús suspiró
profundamente y exclamó: « ¿Por qué esta gente pide una señal? Yo les digo que a esta gente no se le dará
ninguna señal.» Y dejándolos, subió a la barca y se fue al otro lado del
lago.”
Cuando dudamos cualquier cosa que venga de Dios, lo que sea,
estamos negando lo expuesto por la biblia (y que citamos arriba) en el
evangelio de San Lucas (Cap. 1, Vers. 37).
El poder de la Fe
El
poder de la Fe es tan grande que podemos recibir el favor de Dios sin saberlo,
sólo porque la Fe de otros ha provocado el milagro.
Como
ocurrió con Lázaro, el hermano de Martha, en el evangelio de San Juan (Cap. 11, Vers. 21 al 27):
Marta dijo a Jesús: «Si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero
aun así, yo sé que puedes pedir a
Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano
resucitará.» Marta respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de
los muertos, en el último día.» Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la
vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí,
no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Y
siguiendo en el mismo evangelio de San Juan (Cap. 11, Vers. 39 al 44) vemos
como ocurre la obra de Dios:
Jesús ordenó: «Quiten la piedra.»
Marta, hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya tiene mal olor, pues lleva
cuatro días.»
Jesús le respondió: « ¿No te he
dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Y quitaron la piedra. Jesús
levantó los ojos al cielo y exclamó: «Te doy gracias, Padre, porque me has
escuchado.
Yo sabía que siempre me escuchas;
pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.»
Al decir esto, gritó con fuerte
voz: « ¡Lázaro, sal fuera!» Y salió el muerto. Tenía las manos y los pies
atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo: «Desátenlo
y déjenlo caminar.»
No
fue en Lázaro en quien se manifestó la Fe para que sucediera el milagro, sino en
su hermana, Martha, porque ella confiaba plenamente en la conexión de Jesús con
Dios.
La
seguridad y autoridad con que actuaba Jesús eran tan grandes como el poder que
Dios había depositado en él como hijo. Jesús es la mayor muestra de Fe, su
seguridad venía del padre, Dios, y por ende no hay hombre en la tierra con esa
energía divina que pueda superarle.
Otra demostración del poder de la
Fe es lo expuesto en el evangelio de San Mateo
(Cap.
8, Vers. 5 al 13):
“Al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un capitán de la guardia,
suplicándole: «Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre
terriblemente.»
Jesús le dijo: «Yo iré a sanarlo.» El capitán contestó:
«Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Di no más una palabra y mi sirviente sanará. Pues yo, que no soy
más que un capitán, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le digo a uno: Vete,
él se va; y si le digo a otro: Ven, él viene; y si ordeno a mi sirviente: Haz
tal cosa, él la hace.»
Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le
seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe.
Yo se lo digo: vendrán muchos del oriente y del occidente
para sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos,
mientras que los que debían entrar al reino serán echados a las tinieblas de
afuera: allí será el llorar y rechinar de dientes.»
Luego Jesús dijo al capitán: «Vete a casa, hágase todo como has creído.» Y en ese mismo momento el muchacho quedó sanó.”
Luego Jesús dijo al capitán: «Vete a casa, hágase todo como has creído.» Y en ese mismo momento el muchacho quedó sanó.”
Jesús
resaltó la Fe del capitán, quien tenía una confianza tan grande que no requería
de su presencia, él sabía que el poder de Jesús bastaba para sanar a su siervo a
distancia con sólo pronunciar la sanación; esto
es el Poder de la Fe.
También, aunque nuestra creencia
se enfoque en algo relacionado con Jesús, y no en él directamente, la obra del
Dios misericordioso puede hacerse realidad: como puede verse en el evangelio de
San Mateo (Cap. 9, Vers. 20 al 22), donde encontramos otra
demostración de Fe:
“Mientras iba de camino, una mujer que desde hacía doce años
padecía hemorragias, se acercó por detrás y tocó el fleco de su manto. Pues
ella pensaba: «Con sólo tocar su manto,
me salvaré.» Jesús se dio vuelta y, al verla, le dijo: «Animo, hija; tu fe te ha salvado.» Y desde aquel momento, la mujer
quedó sana.”
Si Jesús, que era Dios hecho
hombre, no sintió celos de su manto cuando la mujer pensó que, al tocar ese
manto sagrado sanaría… Pues mucho menos los hombres pecadores pueden satanizar
las creencias que, indirectamente, se relacionan con el mesías, eso sólo logra
dañar la Fe sana de los que no tienen malicia.
El poder de la Fe depende de
nosotros,
de nuestra seguridad en que la historia de Jesús es real, que no es una fábula,
una película de ficción o un cuento de hadas. En el evangelio de San Mateo (Cap. 7, Vers. 7 y 8) Jesús
enseña: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la
puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la
puerta al que llama.”
El
mismo Jesús dijo que nosotros podemos hacer las mismas obras que él hizo, todo
depende de nuestra Fe. Veamos el evangelio de San Juan (Cap. 14, Vers. 12): “En
verdad les digo: El que crea en mí, hará
las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores.”
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