domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo XI: Nuestras obras construyen nuestro testimonio y nuestra recompensa celestial dependerá de ellas

¿Quién dijo que las obras no valen para nuestra salvación?
Somos llamados a reflejar la gloria de Dios, el pueblo cristiano es llamado a reflejar la hermosura, gloria y amor en nuestros corazones.
¿Sabes que tú que eres el reflejo de la Gloria de Dios? Eso es lo que significa: ser creados a su imagen y semejanza. Él se muestra a otras personas a través de ti. El mundo podrá sentir amor, bondad, paciencia y experimentar el carácter de Dios a través de ti.
Es por eso que nuestro testimonio debe ser sincero porque al hombre quizá se engañe pero a Dios nadie lo puede engañar. Todo cristiano debe ser ejemplo para la sociedad en la que se relaciona.
Veamos que dice Jesús al respecto en el evangelio de San Mateo (Cap. 7, Vers. 18 al 21): “Un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo puede producir frutos buenos.
Todo árbol que no da buenos frutos se corta y se echa al fuego.
Por lo tanto, ustedes los reconocerán por sus obras. No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo.”
Pero hay quienes sostienen que las obras no salvan a nadie aun cuando han leído la cita anterior, y yo les pregunto ¿Acaso  nuestras obras no son las que construyen nuestro testimonio? Jesús mismo les preguntó a sus discípulos acerca de su propio testimonio ¿Quién dice la gente que yo soy? Esta pregunta se basa en el testimonio que daba Cristo ante la gente, la respuesta a esta pregunta surgía de lo que se captaba de Jesús.
Veámoslo en el evangelio de San Mateo (Cap. 16, Vers. 13 al 18): “Jesús se fue a la región de Cesárea de Filipo. Estando allí, preguntó a sus discípulos: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo? ¿Quién es el Hijo del Hombre?»
Respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que eres Elías, o bien Jeremías o alguno de los profetas.»
Jesús les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro contestó: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.»
Jesús le replicó: «Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer.
Pedro respondió acertadamente (como lo hubiera hecho cualquiera de los otros discípulos) porque había visto los milagros que brotaban del señor Jesús y, eso, sólo podía hacerlo un supraungido como el mesías.
Las obras de Jesús no sólo abrían las esperanzas a los enfermos y endemoniados para curarse, también daban a entender que Dios le había dado un poder sobrehumano capaz de hacer cosas que ni la ciencia puede explicar. Este era su testimonio, estas eran sus obras, las cuales nosotros estamos llamados a imitar.
Como lo recomienda San Pablo en la carta a los Efesios (Cap. 5, Vers. 2 al 5): “Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como esas ofrendas y víctimas cuyo olor agradable subía a Dios.
Y ya que son santos, no se hable de inmoralidad sexual, de codicia o de cualquier cosa fea; ni siquiera se las nombre entre ustedes. Lo mismo se diga de las palabras vergonzosas, de los disparates y tonterías. Nada de todo eso les conviene, sino más bien dar gracias a Dios.
Sépanlo bien: ni el corrompido, ni el impuro, ni el que se apega al dinero, que es servir a un dios falso, tendrán parte en el reino de Cristo y de Dios.”
Cuando decidimos introducirnos al cristianismo debemos ser aún más cuidadosos porque nuestras faltas serán más notorias que antes y habrá muchos ojos encima de nosotros para señalarnos como farsantes. Y es que Cristo mismo nos dice que debemos ser luz en medio de las tinieblas.
Leamos el evangelio de San Mateo (Cap. 5, Vers. 14 al 16): “Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?
Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.
Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.”

Seremos Juzgados por medio de  nuestras obras
La biblia cita en varias ocasiones que toda obra en la tierra será juzgada en el día del juicio final. Pero ¿Qué son nuestras obras? Éstas no son otra cosa que el testimonio de vida de cada persona, por tanto seremos juzgados de manera individual por nuestras propias acciones: El malo será condenado y el justo será regocijado de gloria.
Así puede verse en el libro del profeta Isaías (Cap. 3, Vers. 10): “Digan: «Feliz el justo, pues comerá el fruto de sus obras»; pero: «Pobre del malo, porque le irá mal, y será tratado según las obras de sus manos.»”
Y en el libro del profeta Ezequiel (Cap.18, Vers. 30) encontramos: “Juzgaré a cada uno de ustedes de acuerdo a su comportamiento, gente de Israel, dice Yavé. Corríjanse y renuncien a todas sus infidelidades, a no ser que quieran pagar el precio de sus injusticias.
Pero si ya no vivimos bajo el antiguo pacto y las obras se relacionan con la ley, ¿Cómo es que nuestra salvación depende de nuestras acciones si el nuevo pacto dice que somos salvos por la gracia recibida de nuestro señor Jesús? La respuesta nos indica que aquí no hay ninguna contradicción, en cambio hay una estrecha relación entre obras (testimonio de vida) y la gracia (Fe en Jesús). El que cree en la promesa de Cristo vive como si fuera una réplica suya, por tanto, sus obras necesariamente han de ser buenas.
Esto lo demostramos con la carta de San Pablo a los Gálatas (Cap. 2, Vers. 20 y 21): “y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Todo lo que vivo en lo humano lo vivo con la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
Esta es para mí la manera de no despreciar el don de Dios; pues si la verdadera rectitud es fruto de la Ley, quiere decir que Cristo murió inútilmente.
Somos juzgados por obras, pero salvos por la gracia. Guardemos los 10 mandamientos, y no confundamos el juicio con la salvación. Existe una protección especial para lo que obedecemos a Dios, por amor a su hijo Jesús.
Satanás sabe que el alma más débil que es morada por Cristo es más poderosa que los ejércitos de las tinieblas. Sólo podemos estar seguros cuando confiamos humildemente en Dios y obedecemos todos sus mandamientos.
El propio Jesús lo dice en el evangelio de San Mateo (Cap. 12, Vers. 35 al 37): “El hombre bueno saca cosas buenas del bien que guarda dentro, y el que es malo, de su mal acumulado saca cosas malas.
Yo les digo que, en el día del juicio, los hombres tendrán que dar cuenta hasta de lo dicho que no podían justificar. Tus propias palabras te justificarán, y son tus palabras también las que te harán condenar.»”
 Y si aún no se ha entendido podemos leer el libro de Apocalipsis (Cap. 20, Vers. 12): “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono, mientras eran abiertos unos libros. Luego fue abierto otro, el libro de la vida. Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que está escrito en esos libros, es decir, cada uno según sus obras.
También en la carta a los Romanos (Cap. 2, Vers. 5 al 8), San Pablo sostiene: “Si tu corazón se endurece y te niegas a cambiar, te estás preparando para ti mismo un gran castigo para el día del juicio, cuando Dios se presente como justo Juez. El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Dará vida eterna a quien haya seguido el camino de la gloria, del honor y la inmortalidad, siendo constante en hacer el bien; y en cambio habrá sentencia de reprobación para quienes no han seguido la verdad, sino más bien la injusticia.”
Digamos pues, que la Fe está compuesta de dos partes: La teórica, que se basa en creer en la promesa de nuestro señor Jesús; y la práctica, que se fundamenta en actuar conforme a lo que creemos.
Veamos en la 1ª carta a los Corintios (Cap. 15, Vers. 58): Así, pues, hermanos míos muy amados, manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense a la obra del Señor en todo momento, conscientes de que con él no será estéril su trabajo.
En el libro del profeta Ezequiel (Cap.18, Vers. 24) también encontramos: “En cambio, si el justo se aparta de su justicia y se dedica a hacer el mal, si comete las mismas fechorías que cometía el malo, serán dadas al olvido todas las obras de justicia que practicó. Morirá a causa de la infidelidad de la que se hizo culpable y del pecado que cometió.”

Ya hemos dicho que la persona obra bien porque le Fe le impulsa a ello, no porque la ley los obligue. Veamos la carta a los Romanos (Cap. 3, Vers. 27): “Y ahora, ¿dónde están nuestros méritos? Fueron echados fuera. ¿Quién los echó? ¿La Ley que pedía obras? No, otra ley, que es la fe. Nosotros decimos esto: la persona es reformada y hecha justa por la fe, y no por el cumplimiento de la Ley.”

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