Capítulo VIII: El sacerdote tiene potestad para perdonar pecados

La Biblia comprueba que esto fue autorizado por Jesús:
En muchas ocasiones he visto hermanos separados cuestionando al sacerdote católico en cuanto a su autoridad para perdonar pecados, incluso hay quienes sostienen que sólo Dios puede perdonar pecados.
La penitencia o reconciliación (también llamada confesión) es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo. El bautismo nos libera del pecado original (junto con cualquier otro pecado que hayamos cometido personalmente antes de ser bautizados), pero los cristianos podemos, desafortunadamente, retornar a un comportamiento pecaminoso, necesitando así la reconciliación con Cristo y su Iglesia.
Jesús estableció el sacramento de la penitencia porque previó esta necesidad. (En vista de que el bautismo no puede ser repetido, hubiera sido ilógico que Cristo no tomara providencias para perdonar a los pecadores bautizados). Afirmar que Cristo no dio a la Iglesia el poder para perdonar los pecados no sólo niega el conocimiento que tiene de la naturaleza humana, sino que establece igualmente límites a su autoridad y misericordia, algo que nadie tiene el derecho de hacer.
Y es que, hasta la biblia sotiene, en el evangelio de San Juan (Cap. 20, Vers. 23): a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.»

¿Para qué confesar los pecados  al  sacerdote?
Como vimos en Juan (20:23) Cristo confirió a los apóstoles el poder para perdonar pecados. San Pablo refleja la fe de la iglesia apostólica cuando en la 2ª de Corintios (Cap. 5, Vers. 18) escribe: Nos presentamos, pues, como embajadores de Cristo, como si Dios mismo les exhortara por nuestra boca. En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios!”  Cuando las personas se reconcilian con Dios es porque hay un perdón de por medio.
Pero si podemos pedirle perdón a Dios en la intimidad ¿Para qué confesar mis pecados al sacerdote? Veamos que dice la biblia en la carta de Santiago (Cap. 5, Vers. 15 y 16): “La oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse; el Señor hará que se levante; y si ha cometido pecados, se le perdonarán.
Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados. La súplica del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante:”
Los que ponen en dudas que un sacerdote pueda perdonar pecados, hacen lo mismo que hicieron los maestros de la ley en el evangelio de San Mateo (Cap. 9, Vers. 2 al 5): “Allí le llevaron a un paralítico, tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: «¡Animo, hijo; tus pecados quedan perdonados
Algunos maestros de la Ley pensaron: «¡Qué manera de burlarse de Dios!» Pero Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Quedan perdonados tus pecados", o: "Levántate y anda"?”
Estos pensaban que sólo Dios tenía la potestad exclusiva para perdonar pecados pero, en el mismo evangelio de San Mateo (Cap. 9, Vers. 6 y 7), Jesús les respondió: Sepan, pues, que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.» Entonces dijo al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a casa.» Y el paralítico se levantó y se fue a su casa. Y en el evangelio de San Lucas (Cap. 5, Vers. 21) queda claro este pensamiento errado de los fariseos: “De inmediato los maestros de la Ley y los fariseos empezaron a pensar: «¿Cómo puede blasfemar de este modo? ¿Quién puede perdonar los pecados fuera de Dios?»”
Está bien, pero Jesús era el hijo de Dios, ahora ¿Quién ha dicho que Cristo transfirió a los sacerdotes, esa potestad de perdonar pecados? Si la iglesia católica es la única apostólica (que transfiere la doctrina desde los apóstoles hasta nuestros días), Veamos el evangelio de San Juan (Cap. 12, Vers. 14) el poder que Cristo otorgó a nuestros primeros hermanos: “En verdad les digo: El que crea en mí, hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores. Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre.”
Aquí no puede caber duda alguna en que Jesús transfirió su poder a quienes dejó a cargo de su iglesia fundada en la declaración del apóstol Pedro. No hay formas de poner en dudas esto ya que hemos demostrado por medio de la biblia que Cristo dejó un gran número de hermanos a cargo de la única iglesia que él mismo fundó con Simón Pedro al frente. Veamos en la carta a los efesios (Cap. 5, Vers. 25 al 27) cuánto amó Jesús a su iglesia: “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
Y después de bañarla en el agua y la Palabra para purificarla, la hizo santa, pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada.
Y es que todavía hay quienes piensan que Jesús no fundó una iglesia en la declaración de Pedro pero veamos, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Cap. 14, Vers. 21 al 23), qué dice la biblia sobre parte de la labor de los primeros miembros de esa iglesia fundada por Cristo: “Después de haber evangelizado esa ciudad, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía. A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios.»
En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído.”


La debilidad humana y la necesidad de la confesión:
Tertuliano escribió una frase, cuya exactitud y verdad profunda ha sido reconocida por todos los escritores católicos: El alma humana es naturalmente cristiana.
Hay, en efecto, una hermosa psicología de la Confesión sacramental que usa el catolicismo. Esta institución divina responde a un triple deseo que todos experimentamos naturalmente después del pecado; deseo o necesidad de comunicar a otro el secreto de nuestra conciencia; deseo del perdón, y deseo de la conversión. Y así la confesión se manifiesta profundamente humana, al mismo tiempo que soberanamente divina.
Los protestantes no pueden menos que reconocer estas tres tendencias o necesidades del alma, pero tratándose de la Confesión, los que la admiten (pues no todos lo hacen), dicen que responde al primer deseo natural de la confidencia, y como esta tendencia es para encontrar algún consuelo, hacen de la Confesión una ceremonia de Consolación, como la llaman. Pero negando a la Confesión el carácter de Sacramento instituido por Jesucristo para perdonar los pecados, ya para ellos no responde, ni al segundo, ni al tercero de esos deseos naturales, y por el mismo hecho frustran completamente el efecto del consuelo que pretenden buscar en la confesión a otro de los pecados propios, en esa ceremonia de la consolación, que han establecido.
Veamos de nuevo el evangelio de San Juan (Cap. 20, Vers. 22 y 23): Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.»
¿Para qué dice Jesús estas cosas si bastaba confesarle sólo a él nuestros pecados? Hay que conocer el hecho, antes de retener o conceder el perdón a alguien, en nuestro caso el sacerdote escucha nuestra confesión para conocer nuestros pecados y saber si nuestro arrepentimiento es real, entonces bajo la gracia del espíritu santo, nos descarga de pecados.
Quien ha cometido un pecado y está arrepentido, siente la necesidad de que Dios le hable a través de algún siervo suyo para poder vivir en paz. Hay personas que no aguantan la presión de ocultar sus fallas y terminan en suicidio por no encontrar esa persona de confianza que les dé aliento.
Muchas veces, es de mucha utilidad encontrar a una persona llena del espíritu santo (como el sacerdote) para que nos aconseje y nos ayude a vencer las tentaciones y los engaños de este mundo. Si el sacerdote conoce nuestras fallas, tiene mayor oportunidad de ayudarnos a crecer espiritualmente.
Por otra parte, cuando no somos capaces de reconocer nuestros pecados y huimos de la confesión, eso sólo denota la mala intención de esconder nuestras faltas y el deseo de seguir por el camino torcido. En cambio, cuando confesamos los errores que hemos cometido estamos dando un paso al verdadero arrepentimiento. El que oculta sus fallas tiene miedo a ser juzgado, menospreciado y avergonzado por la sociedad que le rodea.

El que vive en cristo es humilde, sumiso y valiente: Es una persona capaz de enfrentar hasta la propia muerte por la verdad. Entonces, ¿Cuál es el temor de confesar si es cierto que estamos arrepentidos y Dios habita en nosotros? El cristiano falso busca la comodidad, teme a las cosas de este mundo en vez de temer a Dios.

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